Fue entonces, en 1898, cuando el propietario, Vicente de Monzón y Lardizaba, contrató al arquitecto Fausto Iñiguez de Betolaza, para restaurar el inmueble que presentaba un estado ruinoso. Las obras cambiaron el aspecto de la fachada, pues se suprimió el alero y el voladizo de los pisos superiores, se añadieron miradores y se abrieron dos entradas en la planta baja. La última modificación del edificio se realizó en 1960 siguiendo las directrices de Emilio de Apariz. Este descubriió la torre, pero no se preocupó de devolverle su primitiva apariencia.
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